En Torno a la Literatura Infantil
Existe una visión en alza de la literatura infantil que se caracteriza por su afán de globalización. Según esta concepción, bajo el nombre de literatura infantil deben acogerse todas las producciones que tienen como vehículo la palabra con un toque artístico o creativo y como receptor al niño.
Esta definición, que hacemos nuestra, coincide sensiblemente con la de Marisa BORTOLUSSI, (1985, p. 16) que reconoce como literatura infantil «la obra estética destinada a un público infantil».
El intento de distinguir entre libros de texto o de otro carácter, incluso de información o de entretenimiento y la literatura infantil propiamente dicha parece evidente en la definición. Y el propósito de ensanchar las fronteras de la literatura infantil más allá de los clásicos géneros de la narrativa, la poesía y el teatro, también. Las producciones ya hechas, existentes, como letrillas, canciones de corro, adivinanzas, juegos de raíz literaria que cumplen con los requisitos fundamentales -palabra con tratamiento artístico y niño como destinatario- son literatura infantil. Y alcanzan también a serlo el tebeo, el disco, la televisión y el cine para niños, siempre que su contenido tenga carácter creativo y no se limite al didáctico o documental.
Pero además, la invocación a la creatividad reclama también la calificación de literatura infantil para actividades tales como la dramatización o el juego con expresión verbal, o sea toda la literatura infantil creada por los niños, bien sean narraciones, poemas u obritas teatrales. La necesidad de concretar algunos aspectos sobre la oportunidad pedagógica, la validez y límites literarios de los productos resultantes de estas actividades no empece que puedan ser incluidas en el estudio de la literatura infantil marcado por exigencias psicopedagógicas. Otra cosa es que algunos, y hasta muchos de estos productos, merezcan el nombre de literatura, como hemos dejado bien claro en otra parte. (CERVERA, J.: La literatura infantil en la educación básica, pp. 108-112 y 124-137)
Si lo anteriormente afirmado no es suficiente para aceptar la existencia y necesidad de la denominada literatura infantil, conviene precisar algo más el sentido de esta denominación:
1º La literatura infantil no por intentar se infantil ha de dejar de ser literatura. Creemos que quedan atrás los tiempos en que la negación de la existencia de la literatura infantil se basaba en que lo que tal nombre recibía carecía de calidad y de condiciones literarias. Aunque esta afirmación nunca ha sido adecuada a todo lo que se ha llamado así. Siempre hay y siempre habrá productos, o mejor subproductos, a los que también podrá negárseles la condición literaria. Pero este rechazo pierde actualidad y vigencia ante gran parte de la producción que se considera literatura infantil que, como es comprobable, cada vez está más cuidada como literatura y cada día busca más afanosamente al niño.
2º La simplificación de quienes amparándose en que todo es literatura niegan la necesidad de introducir en su seno clasificaciones parece ignorar la existencia de una amplia gama de producciones literarias cuya característica es precisamente tener al niño como destinatario y servir a sus necesidades íntimas desde supuestos psicopedagógicos. Si existe esta parcela, habrá que reconocerle el derecho a una denominación específica, del mismo modo que aceptamos la existencia de una novela policíaca o de una literatura negra.
Es indudable que estas clasificaciones literarias no se formulan exclusivamente por sus temas o contenidos, sino por el tratamiento.
Y no sólo toman estructuras y formas que sirven a la denominación sino que su razón de ser es justamente servir a esta denominación. Hasta el punto de que de no ser así, tales producciones no existirían. Puesto que su finalidad es servir a las necesidades personales del niño y no necesariamente a las de la sociedad o de los planes de estudio, como sucede con los libros de texto. Este destino paidocéntrico es original e intencionado en la mayor parte de los casos y aceptado en lo que llamamos literatura ganada por los niños.
El proceso creador de la literatura infantil, en cuanto a realidad independiente, se ha desarrollado de tres formas distintas. Esto nos permite hablar de tres tipos de literatura infantil:
-la literatura ganada (otros la llaman recuperada empleando una mala traducción del francés dérobé -robada-; está claro que no puede ser recuperado lo que nunca perteneció al niño) que engloba todas aquellas producciones que no nacieron para los niños, pero que, andando el tiempo, el niño se las apropió o ganó o se le destinaron, previa adaptación o no. Aquí cabe incluir todos los cuentos tradicionales, el sector folclórico de la literatura infantil, muchos de los romances y canciones, una porción nada despreciable de la novelística juvenil, etc. Tal es el caso de los Cuentos, de Perrault, o las adaptaciones de Las mil y una noches.
-la literatura creada para los niños, que es la que tiene ya como destinatarios específicos a los niños. Es la que en gran medida se ha producido, y sigue produciéndose, tanto bajo la forma de cuentos o novelas como de poemas y obras de teatro. Así podemos citar Las aventuras de Pinocho, de Collodi, La bruja Doña Paz, de Antonio Robles, Monigote pintado, de Joaquín González Estrada, o El hombre de las cien manos, de Luis Matilla. De una forma o de otra esta literatura infantil tiene en cuenta, según los cánones del momento, la condición del niño. Evidentemente en ella se reflejan muchas tendencias y concepciones de la literatura infantil queda hacen particularmente viva e interesante.
-la literatura instrumentalizada. Bajo este nombre pretendemos señalar gran cantidad de libros que se produce ahora sobre todo para preescolar y Ciclo inicial de la E. G. B. Debemos hablar más de libros que de literatura. Nos referimos a todos esos que aparecen en series en las que, tras escoger un protagonista común, lo hacen pasar por distintos escenarios y situaciones: la playa, el monte, el circo, el mercado, el zoo, el campo, la iglesia, el colegio, la plaza... O bien aquellos que se crean como extensión para ejercicios de gramática u otras asignaturas. Está claro que en todas estas producciones predomina la intención didáctica sobre la literaria. La creatividad es mínima, por no decir nula. Toman el esquema de la literatura y lo aplican a varios temas monográficos que convierten así en centros de interés. Tal es el caso de los libros protagonizados por Teo, Tina-Ton, Ibai en los que los objetivos didácticos están por encima de los literarios. No son literatura, aunque lo parezcan.
La transición hacia una literatura infantil específica y en busca de calidad nace de una serie de factores entre los que podemos distinguir:
-factores sociales: aumento de la información y de la escolarización; crecimiento de la capacidad adquisitiva y organizadora de la sociedad; incremento de la atención al niño; necesidad de satisfacer la capacidad de producción y distribución de las editoriales especializadas en textos escolares que, terminado el período de producción y venta de éstos, quedan libres gran parte del año;
-factores educativos: mayor conciencia de su utilidad por parte de padres y educadores; mayor especialización, urgida por psicopedagogos y profesores universitarios; diferencias observadas entre la literatura infantil para niños de países muy desarrollados y bien escolarizados y los de los países en situación distinta de desarrollo; necesidad de difundir algunos valores superadores de fronteras, razas, culturas, etc.
-factores endógenos de la propia literatura infantil: a medida en que avanza en su propio desarrollo, alcanza, y se le debe exigir, mayor perfección, adecuación, especialización y variedad, como fruto de una sociedad cada vez más culta preocupada por la educación del niño, y de una actividad cada vez más cultivada.
La literatura infantil, en consecuencia, no sólo es una realidad importante, sino en ebullición, lo que da lugar a multiplicidad de tendencias reflejadas en ella, tendencias que incluso generan tensiones.
Todas estas circunstancias pueden chocar, por los menos aparentemente, con una realidad condicionante de la literatura infantil: la que dimana del niño y que podríamos llamar eterno infantil. Todos los niños empiezan siendo iguales. Pero lo cierto es que circunstancias particulares pronto los diferenciarán y, en consecuencia, la requerida adecuación educativa se busca de acuerdo con módulos complementarios de la edad y la psicología evolutiva que no pueden considerarse en abstracto.
Como consecuencia de ello la literatura infantil se ve reclamada por dos tesis distintas y contrapuestas:
-la tesis liberal,
-la tesis dirigista,
cuyas influencias pueden analizarse, incluso históricamente y en ámbitos territoriales concretos. (CERVERA, 1984)
Para la tesis liberal, partiendo de la condición de independencia de toda literatura, la literatura infantil no existe, con lo cual se abunda en la postura de quienes creen que no hay más que una literatura que, a lo más, puede dividirse en buena y mala. Por ello cualquier otra clasificación es falsa y extraña propósitos manipuladores, (SÁNCHEZ FERLOSIO, 1972) En esta única literatura el niño buscará y encontrará las producciones que le gusten y le convengan.
Nadie puede negar que una parte de la literatura infantil, tiene este origen. Sobre todo entre la literatura juvenil. Es la que llamamos literatura ganada por el niño, o sea aquella que no fue escrita para él, pero él se la ha apropiado.
La tesis liberal, llevada a sus últimas consecuencias, niega no sólo la realidad de la literatura infantil, sino también la necesidad de una literatura especializada para niños.
La tesis dirigista propugna una literatura específica para los niños.
Las dificultades surgen del grado de dirigismo y de quien lo ejerza, pues lógicamente toda literatura dirigida puede ser manipulada. Si es un dirigismo simplemente técnico, como el que practican las editoriales en el mundo libre en busca de la adecuación de la literatura al niño, los riesgos son menores. Pero incluso en este caso nadie puede orillar totalmente las influencias comerciales, culturales, religiosas, ideológicas y políticas, que, manifiesta o solapadamente, pueden alcanzar altas cotas restrictivas de la libertad del autor. Prueba de ello es que existen países donde el dirigismo se ejerce bajo formas de censura, de orientaciones marcadas, de presiones incluso económicas, con fórmulas de modelación y adoctrinamiento de los niños, cosa que sucede especialmente en países sometidos a regímenes totalitarios. (HÜRLIMANN, 1968)
Al abogar por la presencia de la literatura infantil en la escuela, lo hacemos pensando primordialmente en la que hemos calificado como literatura ganada y creada. Sin rechazar plenamente la literatura instrumentalizada, le oponemos algunos reparos más por el riesgo de identificar sus objetivos con los de la auténtica literatura infantil que como procedimiento didáctico, aspecto en el que no es oportuno entrar aquí a fondo.
La literatura infantil ha de ser, sobre todo, respuesta a las necesidades íntimas del niño. Y su acción se ejerce preferentemente por contacto, aprovechando su potencial lúdico, sin explicación y sin instrumentalización.
En el caso de imponerse esta literatura infantil instrumentalizada nos veríamos abocados a una crisis de la literatura de creación para los niños, los autores quedarían desplazados por equipos técnicos de producción, abundarían más libros didácticos que los libros con respuesta (CERVERA, 1984) y la literatura infantil quedaría ahogada por la industria. Lamentablemente algunos de estos síntomas no están ausentes del panorama de la producción actual de libros para niños.
Desde el punto de vista de la respuesta a las necesidades del niño la literatura infantil ganada y creada llenan educativamente -no escolarmente- el tiempo de ocio, y su presencia en la escuela es beneficiosa. La expansión de la instrumentalizada, comportaría la invasión del tiempo de ocio por la escuela. O sea, se iría en contra de la tendencia pedagógica actual que favorece la incursión de lo lúdico en la escuela y no al revés.
Refiriéndose a estos libros instrumentalizados, Rosa Mª CABO (1986) emite el siguiente juicio: «...hoy no existe niño que no haya leído un buen número de Teos, Nicos, Anas... y otros nombres igualmente exóticos... de álbumes carentes de imaginación, ramplones, y en su mayor parte horrorosamente ilustrados. Esta plaga cuenta además con el beneplácito de la mayoría de maestros, quienes creen que estos libros son didácticos...»
Por su parte la instrumentalización de la literatura infantil va más allá de la estricta aportación didáctica al desarrollo del lenguaje. Hay instrumentalización también en el uso de la literatura ganada y creada cuando su promoción entre los niños lleva a colocarla exclusivamente o en parte al servicio de objetivos distintos de los que le asignamos como propios, tales como las campañas de normalización lingüística en algunas partes o a comentarios de textos con el fin de afianzar otras asignaturas, cosa bastante en boga en el momento actual.
Y, evidentemente, hay instrumentalización, cualquiera que sea su origen, cuando se sitúa al servicio de un credo político o religioso o de una causa sociopolítica. En cualquiera de estos casos la literatura infantil aparece condicionada por razones extraliterarias y persigue objetivos suprainfantiles.
Juan Carlos MERLO, (1976), rechaza tajantemente que las obras calificadas como infantiles «deban servir para instruir, educar o moralizar. Ni tampoco que deban funcionar para mejorar el aprendizaje de la lectoescritura. La literatura infantil, tal como la concebimos, no es literatura didáctica». Y al defender «la independencia de la literatura infantil dentro del ámbito de la literatura contemporánea», no duda en afirmar que ha nacido para «goce exclusivo de los niños lectores. Nunca para catarsis de adultos escritores».
En el momento actual, en España y en otros países, la escuela es la entidad más eficaz en la promoción de la literatura infantil, bien sea por el afán de crear hábitos lectores en los niños, bien por la contribución de autores profesores y editoriales vinculadas a la educación. Tal vez éste sea un estadio por el que hayan de pasar todos los países donde la literatura infantil está en período de desarrollo, pero el mantenimiento indefinido de esta situación coloca a la escuela en disposición de ejercer, directa o indirectamente -por sí misma o por las editoriales pedagógicas y los autores profesores- si no el control sobre la literatura infantil, sí, por lo menos, la influencia de una de las corrientes determinantes de ella. Ignorar esta circunstancia sería miopía imperdonable. Esto arrastra consigo dos circunstancias destacables:
a) Los riesgos de instrumentalización -ahora en favor de la didáctica- son evidentes. Y éstos apuntan ya desde el momento en que se habla de didáctica de la literatura infantil, se acrecientan a partir de los libros catalogados como instrumentalizados, y aumentan por medio de fórmulas como las utilizadas por determinadas editoriales -cuestionarios añadidos, ejercicios sugeridos- que crean libros de lectura como aplicación de los libros de texto, o planifican actividades relacionadas con distintas disciplinas sobre libros de literatura creada de manera uniforme y masiva.
A esta instrumentalización didáctica se le perdonan indulgentemente todos los riesgos e intromisiones, todas las manipulaciones y todas las exageraciones con la excusa de crear lectores. Dado que el fin es noble -promoción de la lectura- se justifican los medios, sin reparar en su oportunidad u ortodoxia educativa. El riesgo principal radica en el apoyo dado a una nueva forma de dirigismo en el que las iniciativas que le corresponden a la sociedad, como creadora de cultura, se le transfieren a la escuela, gestora de gran parte de la educación.
Si señalamos que uno de los objetivos del estudio de la literatura infantil por parte de los educadores ha de ser contribuir al estudio, desarrollo, fomento y modernización de la literatura infantil, habida cuenta de sus posibilidad es educativas y culturales, indudablemente se estimula a la crítica de la literatura infantil. Igual que cuando se propone proporcionar al educador los conocimientos suficientes para que pueda programar los contactos del niño con la literatura infantil. Ciertamente, crítica y conocimiento, han de contribuir a exigir a los autores mayor calidad y mayor grado de respuesta a las necesidades del niño. Pretender crear normas a las que deban someterse los autores sería recortar sus condiciones de libertad y de creación, y la literatura dejaría de ser arte.
b) La apertura de la escuela a la literatura infantil, por otra parte, no es más que un portillo para otras aperturas. En este caso se empieza por la conexión con un mundo muy cercano como es el de las editoriales dedicadas a la enseñanza, pero también abre sus puertas la escuela -contactos con profesores e incluso con alumnos- al círculo cada vez más amplio de escritores para niños. Es la aproximación necesaria para resolver un problema permanente: la adecuación entre las exigencias educativas y la libertad de expresión y creatividad. A menudo el educador se queja de que el autor deseduca al niño lector; y el escritor piensa, a su vez, que el educador no sabe educar. La actual coyuntura de desarrollo de la literatura infantil está propiciando el encuentro y diálogo necesarios del que ambas partes se beneficiarán. La literatura infantil y los niños, también.
Es el camino acertado para subsanar el reproche de Peter SLADE, para quien, «lo primero que hacen los teatros para niños promovidos por profesionales es lanzarse sin más a actuar y sólo después se preocupan por averiguar las necesidades infantiles». (Expresión dramática infantil, p. 359)
Para Graciela PERRICONI (1983) en toda obra de literatura para niños el adulto «recrea una experiencia infantil». (El libro infantil. Cuatro propuestas críticas, p. 10) Es evidente que si el adulto se fía exclusivamente de su memoria, puede recrear «experiencias» falsas, por el riesgo de idealización con que todos recordamos algunas vivencias de nuestra infancia, o «experiencias» inauténticas, que nada tienen que ver con el niño al que destinamos nuestra literatura. La necesidad de adecuación, fidelidad y servicio al niño sólo es posible resolverlas gracias a intuiciones extraordinarias o al estudio pormenorizado. En este estudio, la aportación crítica de los educadores es decisiva. Al creador le corresponde hacerla compatible con los criterios estéticos a los que debe fidelidad. Conseguirlo supone facilitar el encuentro natural del niño con las creaciones artificiales de la literatura. La coherencia y verosimilitud en la mente del niño no coinciden siempre con las nuestras.
La relación de la literatura infantil con la cultura exige otras precisiones.
Hasta el presente a la literatura infantil difícilmente se le reconoce el carácter de literatura; mucho menos el de aportación a la cultura. No puede negarse que este menosprecio está justificado, sobre todo por algunas producciones, tanto del pasado como del momento actual. Aquí mismo hemos denunciado el abuso actual de los libros, que no literatura, instrumentalizados. Y lo mismo sucede con todos los géneros literarios. Pero que en materia de literatura infantil el panorama está cambiando es algo indiscutible, y prueba patente de ello puede ser el que grandes autores no tienen a menos publicar libros de literatura infantil.
Sin duda queda todavía trecho por andar hasta conseguir disipar todas las nubes que se ciernen sobre la literatura infantil en este sentido. Y los caminos para alcanzar esta meta son varios. Entre ellos el acercamiento entre docentes y autores y la captación de autores consagrados para la literatura infantil. El resultado de las producciones de estos autores es vario, lógicamente. De ello puede darse cuenta quien las mire con espíritu crítico. De todas formas esto acredita que la literatura infantil es la respuesta a las necesidades del niño. Este es su espacio en el panorama cultural.
Román L. TAMES (1985) lo expresa así referido a los cuentos de hadas, pero con fácil extensión a toda la literatura infantil:
Y lo confirma con un ejemplo más cercano:
Si las aportaciones de estos autores consagrados están en la línea de la adecuación al niño, bien venidos sean a la literatura infantil. Siempre la literatura ha sido campo abierto para todos. Pero si lo que se busca al recurrir a ellos, al igual que a otros famosos, como pueden ser artistas o directores de cine y televisión, es el reclamo publicitario de sus nombres y no el acierto de sus creaciones para los niños, habrá que rechazar el procedimiento por oportunista y por contribuir a la confusión y desorientación de padres y educadores en un terreno que tan necesitado está de la crítica independiente y de la formación aleccionadora.
El doble destinatario
Consideración aparte requieren las obras que, como Platero y yo o El pequeño príncipe, se admite que gozan de la aceptación de niños y de adultos, sin que pueda defenderse plenamente su identidad infantil.
Sería injusto regatearles méritos, como sería torpe ignorar que los niños y adultos realizan sobre ellas distintas lecturas, de cuya oportunidad cabe esperar que algún día experimentados psicopedagogos nos aporten algo más que los tópicos que habitualmente manejamos sobre el particular.
Parece evidente que la duplicidad de destinatario no es el camino ideal para crear una literatura específicamente infantil. Michael Ende cree que no hay temas infantiles y temas adultos, sino «distintas maneras de contar» (citado por TAMES), lo cual, de por sí, ya indica un paso hacia la especialización...
Jacinto Benavente, en su temprano intento de crear un Teatro de los Niños, en 1909, pretendió que las obras presentadas en él gustaran a los niños espectadores y a sus padres, obligados acompañantes. De este intento quedan para la historia y el análisis, entre otras, dos obras dignas de respeto: El príncipe que todo lo aprendió en los libros, del propio Benavente, y La cabeza del dragón, de Valle-Inclán.
La problemática del espectáculo teatral no es la misma que la de la lectura individual de relatos, ciertamente. Esto dificulta sacar conclusiones del fracasado intento de Benavente. Para Benavente la viabilidad de su experiencia se basaba en que «el divertir a los menores ha sido siempre pretexto para divertirse los mayores. No hay idea de lo que puede divertirse una madre porque sus hijos se diviertan, y unos grandullones por divertir a los pequeños». (Obras completas, tomo XI, p, 522. Aguilar. Madrid, 1969)
Lo cierto es que actualmente son muchos los adultos, especialmente educadores y otras personas interesadas por la literatura infantil, que leen con fruición libros publicados para niños. Esto no significa que estas obras tengan doble destinatario, sino que la calidad de la literatura infantil ha subido. También puede ser tributo de homenaje de quienes hubieran deseado tener los mismos libros en su infancia y no los tuvieron.
El deseo de fomentar los estudios de literatura infantil en las Escuelas Universitarias de Formación del Profesorado se viene sintiendo desde hace bastante tiempo, y de hecho, en muchas ha entrado con fuerza.
Primero fue la presencia de algún tema en los programas de Didáctica de la lengua y literatura españolas; luego algunos cursillos organizados por los ICE y los movimientos de renovación pedagógica, en los que se empezó por cursillos de expresión corporal que malamente se confundían con dramatización, luego cursillos de teatro y de expresión en general de forma a veces harto inconcreta. A continuación en algunas Escuelas Universitarias, estatales y también privadas, se crearon asignaturas como la dramatización, la literatura infantil, cuentos para la E. G. B., con denominaciones fluctuantes y siempre bajo la forma de asignaturas optativas.
Mientras tanto artículos en revistas y algunos libros empujaron hacia la creación de la asignatura en Escuelas Universitarias que nunca la habían tenido, algunas como asignatura fija para la sección de Preescolar o la de Filología; otras la afianzaron como optativa de duración anual.
Estas iniciativas parecen haber recibido respaldo oficial a partir de las pruebas de Idoneidad. Varios profesores de Escuela Universitaria escogen la literatura infantil como perfil de su Memoria y a ella le dedican el proyecto educativo. Esto consolida la asignatura y anima a crearla en más centros.
El interés por la materia crece desde el momento en que en las oposiciones de E. G. B. figuran varios temas de literatura infantil en los programas. Todo lo cual favorece para que aparezcan algunos libros más sobre el particular.
La aspiración compartida por algunos anteriormente de crear cátedras de Literatura infantil en las Escuelas Universitarias parece diluirse a partir de la posibilidad de optar a cátedra de Didáctica de la lengua y literatura con el perfil específico de Literatura infantil, solución que permite la anhelada especialización personal y la dedicación docente específica enmarcada en el ámbito de la Didáctica de la lengua y literatura. La fórmula, sin duda, acredita flexibilidad y evita la fragmentación departamental excesiva. A su vez esta posición departamental contribuye a la mayor difusión de la literatura infantil por contacto y penetración natural en otras asignaturas del departamento, como son las de Lenguaje del Preescolar, Lenguaje de la Educación Especial y en los distintos idiomas.
Actualmente los anhelos de los interesados en la expansión de la literatura infantil se centran en la reforma de los planes de estudio y apuntan a la creación de la asignatura obligatoria para todas las especialidades, independiente de las asignaturas de Lengua española. Es decir, se aspira a que se convierta en asignatura troncal, como parece lógico.
La inclusión de la dramatización en la Literatura infantil se reclama en virtud de la capacidad expresiva que encierra la dramatización y en sus virtualidades para el desarrollo de la lengua. El que actualmente en el Área de educación artística, musical y corporal pueda caber una hipotética Expresión corporal -¿fundida con la Educación física, quizá?- que se presenta con base poco definida, en modo alguno ha de impedir la presencia definitiva y plena de la dramatización -que es algo más que la expresión corporal- en el Área de didáctica de la lengua y literatura, como se viene haciendo en bastantes Escuelas Universitarias con toda propiedad. Por otra parte la dramatización es el paso previo y obligado para la iniciación en el teatro. La concepción globalizadora de la literatura infantil, que defendemos, apoya netamente la dramatización como una de las actividades creativas y expresivas de más valor dentro de la literatura infantil.
Por otra parte, limitar la literatura infantil a la sección de Preescolar, como se ha pretendido en algún momento, es desconocer lo que es la literatura infantil y su trascendencia en la educación a lo largo de toda la E. G. B. o de la futura Primaria. Es más, en el caso de imponerse la proyectada reformada que consagraría, al parecer, el comienzo de la Secundaria a los 12 años, es de desear que se prevea para los futuros profesores de esta sección los conocimientos suficientes de literatura juvenil, que es la que por lógica les corresponde a estos alumnos.
En cualquiera de los casos la expansión de la literatura infantil y juvenil está llamada a experimentar fuerte crecimiento.
Es de esperar que se descubra dentro de algún tiempo que mantener en las Escuelas Universitarias una asignatura que englobe la literatura infantil y la dramatización da lugar a un programa excesivamente extenso, si se quiere trabajar con el mínimo de profundidad que exige el nivel universitario. Durante algunos años es posible que así se mantenga. Incluso puede resultar recomendable para que el profesorado de las Escuelas Universitarias se familiarice con la literatura infantil y con la dramatización como parcelas obligadas de su formación. Pero más adelante habrá que pensar en su separación para constituir dos asignaturas dentro del mismo departamento. El proceso de segregación, inicialmente, puede ser mantener la literatura infantil como troncal y la dramatización como optativa.
De todas formas, en cualquier caso, ambas han de mantener su carácter literario y su vinculación lingüística.
Queda claro que cuando se habla de estudio de la literatura infantil, se apunta al profesorado y no a los niños alumnos. Estos han de entrar en contacto con la literatura infantil por la vía de la lectura o el juego. Que es tanto como decir del placer y no del estudio.
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